domingo, 2 de octubre de 2016

Cartas de un artista

"Créalo usted, mi piano es para mí lo que la fragata al marino, lo que el corcel al árabe, más aún tal vez, es mi vida; es el depositario íntimo de todo lo que se ha agitado en mi cerebro en los días más ardientes de mi juventud" (Franz Liszt) 

Buenos días amig@s, y bienvenidos a un nuevo post sinfónico de Culture&Biz®. Recientemente tuve ocasión de asistir en el Auditori de Barcelona a una representación de la Sinfonía núm. 5 de Gustav Mahler (la del Adagietto del que os hablé en un post anterior). Emocionante de veras, y a juzgar por las críticas también muy bien dirigida y ejecutada por Steinberg y la OBC ("la obra resultó de un gran vigor expresivo, sin forzar nunca los límites, cuidando la calidad y limpieza del sonido", escribía Jorge de Persia en La Vanguardia).

Sin embargo, la gran sorpresa de la noche para mí fue escuchar por primera vez el Concierto para piano y orquesta núm. 2 de Franz Liszt (a cargo del pianista israelí Nicholas Angelich, acompañado también por la OBC). Sin palabras (y con lágrima). Recordé al llegar a casa -todavía en estado de trance- que no hace mucho había comprado en una librería de viejo de la calle Aribau las Cartas de un artista de Liszt, un compendio de misivas del virtuoso compositor -nacido en Hungría en 1811- donde éste reflexiona sobre temas tan variados como el estatus social del artista, la situación de las instituciones musicales de su tiempo, las enseñanzas de sus viajes por Europa...


Un libro equiparable a aquellos cuadernos de viaje de los escritores románticos, donde brilla por encima de todo el humanismo de Liszt y su gran inquietud cultural. Todas las artes -no sólo la música- emocionaban a nuestro protagonista. Pero antes de comentarlo, conozcamos un poco más al personaje, siguiendo un ensayo de Arturo Reverter aparecido en la célebre colección de música clásica de El País coordinada por Diverdi:



"Liszt fue un romántico desbordado, como lo era, incluso antes que él, Berlioz, como lo sería su futuro yerno Wagner (...) Pretendió abarcar todo lo que el siglo le ofrecía desde cualquier ángulo de la cultura (...) Su formación musical fue evidentemente germana. Sin embargo, su cultura literaria se bañaba en la más acrisolada tradición francesa (...) Al lado de estas señas de identidad, hay que destacar la importancia que también tiene el lirismo operístico italiano (...) De la mezcla de todos esos elementos nace el estilo de nuestro compositor (...) Pero una cosa ha de quedar clara por encima de todo, y es la absoluta identificación de la figura del virtuoso con la del compositor" (Arturo Reverter)

En efecto, si algo ha pasado a la historia en relación a Liszt es que se trató de un genio de su instrumento, el piano, a la altura del legendario violinista Paganini ("es la suya una rapidez inaudita, una agilidad que deslumbra y pasma", en palabras de Gautier). Pero no sólo tenía la mejor técnica, también transmitía como nadie ("nunca he conocido a ningún artista que posea en un grado tan elevado esa capacidad de subyugar, elevar y dominar al público", declaraba Schumann en 1840). La prueba de su enorme impronta actuando en directo la tenemos en esta caricatura publicada tras un concierto suyo en Berlín en 1842. Huelgan los comentarios. El fenómeno fan viene de mucho antes que los Beatles.



Capítulo aparte merece la relación de amor-odio que desarrolló Liszt con otro genio creador y contemporáneo suyo: Frédéric Chopin. Nacido en 1810, y hombre de precaria salud -fallecería a los 39 años, por los 75 que vivió Liszt-, el compositor polaco construyó su precoz carrera de genio sobre los cimientos del mismísimo Bach, a base de un trabajo extenuante y un perfeccionismo extremo. Según Jesús Ruiz Mantilla, "si Liszt fue un intérprete superdotado, Chopin fue un compositor genial para el instrumento que ambos glorificaron" (Bach sería el nexo de unión entre ambos, como afirmaba el propio Richard Wagner, "fue gracias al gran Franz Liszt que pude concretar mi anhelo de oír a Bach (...) aprendí a conocer lo inesperado de Bach").

Se conocieron en París -meca del romanticismo y el cosmopolitismo del momento-, y en más de una ocasión tocarían a cuatro manos. El propio Frédéric admitió la supremacía de Listz en la interpretación con una frase definitiva: 
"Liszt está tocando mis Estudios y me transporta más allá de mis concepciones. Me gustaría robarle su manera de interpretarlos" (F. Chopin, sobre Liszt)

Por su parte, Liszt también se declararía "admirador de Chopin y de su genio creativo".



Tal y como nos cuenta Tim Blanning en su magistral El triunfo de la música, "entre 1838 y 1846 Liszt dio más de mil recitales en público por toda Europa y allá donde iba se le dispensaba un recibimiento extático, sobre todo por parte del público femenino". Se promocionó como ningún otro artista lo había hecho antes, creando una imagen "sofisticada y cultivada". Con una legendaria confianza en sí mismo, se granjeó la admiración de la burguesía liberal de Europa, e "impuso la idea del artista como ser superior, depositario de un don divino, que el resto de humanidad debe respetar e incluso homenajear". 




Qué deplorable ignorancia, qué pueriles presunciones, qué intolerables incertidumbres en nuestros salones, nuestras conversaciones, nuestros diarios!... A pesar de que todo ha sido dicho, todo está por volver a decir". Así se inicia la recopilación de escritos de Liszt a la que hace mención este post, cartas y artículos de mano del compositor húngaro fechados entre 1835 y 1849.



Liszt, que se define a sí mismo como un "simple aprendiz de la naturaleza y de la verdad", no escribe para enseñar. "Sufro e interrogo... Mas a menudo me limito a observar", nos dice... Me viene ahora a la memoria un comentario de Salvador Pániker: "Escribir un diario tiene algo de terapéutico, cura el exceso de conciencia". 


Franz Liszt, madurez

En cuanto a la situación del artista, especialmente del artista músico, en el orden social de la época -recordemos, el París de 1830's-, el genio húngaro la detalla en seis artículos escritos para la Gazzette Musicale de la capital francesa. Se lamenta Liszt en ellos de que "el hecho dominante desde hace dos siglos es su SUBALTERNIDAD". Y eso que estamos hablando de la más noble de las artes, la MÚSICA, con el pasado más glorioso de todas ("ya Platón enseñaba que todo en el universo era música", afirma). 

Según su opinión, el artista estaba menospreciado ("recibiendo tres cuartos de hora de clase a la semana y cenando a 20 céntimos") y a merced de mediocres gestores e impresarios, amén de una crítica que se cree superior pero que "con honrosas excepciones, no se ha dignado a aprender más allá de las siete notas de la escala". ¡Incluso a Berlioz se le cerraban las puertas!. Aunque finaliza el capítulo con autocrítica gremial, citando a Schiller: "Todas las veces que el arte se ha perdido, ha sido por culpa de los artistas" (como hemos visto antes, fue precisamente Liszt -y sobre todo Wagner- quienes empezaron a revertir esta situación y a situar al artista en todo lo alto del escalafón social).

Franz Liszt, vejez

La parte central del libro, Cartas de un bachiller en música, nos presenta a un Liszt consciente de la relevancia de su papel: "¡Triste y gran destino el del artista! Nace marcado con el sello de la predestinación. No escoge su vocación; su vocación se apodera de él y lo arrastra". En el transcurso de sus viajes, defiende la preeminencia de la música sinfónica por encima de la dramática (ópera), y su conclusión no difiere en gran medida de la aportada en la primera parte: "en fin, artesanos por todas partes, artistas por ninguna". Con honrosas excepciones, claro. Tras escuchar a Chopin declarará:
"Poeta, poeta elegíaco, profundo, casto, soñador... desde los primeros acordes una estrecha comunicación se estableció entre él y su auditorio" (F. Liszt, sobre Chopin)

El libro finaliza en su tercera parte -datada ya en 1949- con Algunos consejos a los artistas, a los que alerta sobre las principales amenazas que se ciernen sobre la carrera artística: las prisas por llegar al estrellato, la competencia desmesurada, las pasiones políticas que distraen la atención, las vulgares exigencias del comercio... Refelexiones todas muy actuales. A pesar de ello, anima a "aquellos que se sienten atraídos hacia un noble objetivo por el poder irresistible de la inspiración" a perseverar en su lucha: "no se paraliza el celo de los auténticos elegidos".


Nada más por hoy, amig@s, os dejamos con Chopin, el triunfo de la música, que lo disfrutéis y hasta el próximo post.